miércoles, 8 de mayo de 2013

Parole

Ciertamente, estáis encerradas, amigas mías.
Os habéis negado a salir.
Lloráis y me arrancáis el alma a pedazos, malditas negritas de mi cajita de cuerdas punzantes. Ya sé lo que os ocurre. Tenéis miedo; miedo a destacar, miedo a que os golpeen para "ser", porque si no es de este modo, no podríais concretizaros en eso que tanto amo, en eso que tanto adoro, la Música.

martes, 29 de enero de 2013

Que la vida es toda un sueño...

Tragaluz  


              ¿Qué es la vida? Un frenesí.


                                               ¿Qué es la vida? Una ilusión,


                           una sombra, una ficción,


                                                         y el mayor bien es pequeño;
 

                                           que toda la vida es sueño,
 

                                                                                 y los sueños, sueños son.

   

Calderón de la Barca (La vida es sueño, vv. 2182-2187)


     Érase el día. Sus ojos se abrieron con igual tamaño que la fina franja de luz que rayaba
el suelo de su habitación, hasta los pies de su cama. La música sonó justo en ese momento: las primeras tres notas de aquella endiablada guitarra desataron sus sentidos y su cerebro liberó endorfinas desaforadamente, activando todo sus sistema y haciéndole elevar las comisuras de sus labios de una forma inconsciente y sensual.
     Regresó a su realidad nuevamente. De repente, esa agradable melodía la devolvió a aquella habitación, a aquella vida redonda, cíclica e insistentemente persistente, a la vez que atractiva. Se estiró y decidió incorporar su delicado cuerpo; se aseó y regresó a aquel antro de insomnio.
     Allí, de pie frente al espejo, permaneció largo rato; observando... La realidad más exacta, o quizá, la más exacta réplica de la realidad, se encerraba en ese marco. Dentro de él, su lecho vacío y desordenado, una pequeña mesita donde guardaba su delicada ropa interior, (sobre la que se sostenía una vieja y triste lámpara), y por último, ahí, mirándola, un ser expectante que la estudiaba con interés, como si quizás buscara en la inmensidad de su alma.
     La luz de la triste lámpara dejó de parpadear para terminar sumergiendo en la más inmensa oscuridad al resto de la habitación. El pequeño haz de luz dorada como la más dulce miel que atravesaba la ventana, ya no rayaba el suelo; como la afilada hoja de un cuchillo, se alzaba hasta su blanco y sensible cuello, atravesándolo como algo casi invisible, casi imperceptible. Como una aparición.
     Permaneció allí delante durante un largo rato, indiferente y enajenada del resto del mundo, observando, no obstante, lo único que se movía en la habitación: aquella cálida y transparente luz que subía al ritmo del minutero que mide el tiempo.
     Nada.
     Por un momento, le pareció estar ante un cuadro; que el tiempo se detenía para ella. En su descuido, la puerta tembló y dejó paso a un nuevo e intermitente haz de luz...
     Despertó de su hipnosis como se despierta de un sueño en el que tu propio cuerpo, lector, se precipita al vacío. Sobresaltada, con las pupilas dilatadas, se giró hacia la puerta no sin oír el sonido del aire atravesando sus oídos a toda velocidad, como el sonido que produce la más veloz espada en el silencioso estrépito de una vil batalla, que da lugar a la devastación, a la muerte.
     Sus pupilas se relajaron al no percibir nada más allá de su realidad. Se giró nuevamente, esta vez de un modo lento y suave, evitando que en sus oídos se alojase elescandaloso y veloz Eolo. En el  largo tiempo en que su cuello realizó el movimiento circular, pudo observar las sutilezas que flotaban a su alrededor: la delgada tabla vertical que daba comienzo a su estantería, amparaba toda una gama de diferentes volúmenes: páginas y páginas repletas de aquello que ella tanto amaba: palabras.
     En tanto, esta dilatación del tiempo le permitió observar cada una de las páginas que delimitaban el viejo mueble, prefiriendo entre ellas las propias de la literatura romántica y posterior: Las cuitas del joven Werther, Diablo Mundo, El retrato de Dorian Gray, Pacto con lobos, Rimas y Leyendas, Las flores del mal, Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar, Fausto, algo de Lord Byron y, cómo no, algunos cuentos de su amado Edgar Allan Poe. El deleite se alojó en sus labios y sus ojos parpadeaban lentamente, releyendo en alguna parte de su turbado cerebro aquellos fragmentos que quedan grabados en la mente para siempre. Fue entonces cuando halló, tras la fina madera vertical que cerraba su pequeña biblioteca, aquella fría y blanca pared; aquel lúgubre tabique en el que se hallaba colgado aquel marco en el que nada era como se había dibujado en el cuadro que ella observó momentos antes. Se sorprendió sobremanera; aterrada, sus ojos vacíos y llenos de un terrible miedo: sus pupilas se dilataron para instalar el terror y trémulos los labios no atinaban a juntarse. Fue entonces cuando el dichoso haz de luz, que había dejado de pertenecer a Apolo para jugar con Diana, se volvió de un blanco intenso, cubriendo en aquel instante sus aterrados ojos verdes y miel; momento que duró a penas unos segundos que no podría definir: el tiempo pareció detenerse y ella, pareció flotar en la inmensa oscuridad que la rodeaba. Se sintió sobrecogida, sostenida por aquéllos ojos que la miraban al otro lado de la realidad: un espectro cubierto por un largo manto blanco que dejaba al descubierto una hermosa cabellera, negra como la noche, plata como la Luna, que daba aún más luz a aquella mujer; pálida la cara, trémulos los ojos, lívidos los labios y el ceño fruncido... Se dio la vuelta lentamente y comenzó a caminar. Sin poder dudarlo un segundo, nuestra protagonista se adentró en el espejo, cruzó el umbral de su realidad y siguió al espectro.

     La mujer caminaba en medio de la densidad de una noche de Luna llena, y lo hacía con maestría, con decisión, por los pedregosos caminos negros, yertos. Subía las torres y sobresalía por las almenas, incitando a ser seguida. Corría tras la mujer evanescente sin recordar ni tan siquiera quién era ella misma. La aparición atravesó el camino pedregoso y, por el haz plateado que la iluminaba, sus trémulos ojos pudieron divisar las ruinas de un antiguo castillo medieval. Entonces, la mujer se detuvo frente a ella y dijo <<Allí>>, señalando un punto central entre la chica y ella misma.
     Se acercó al espectro y, a medida que caminaba hacia él, se aproximaban una a otra aparición, pues nuestra protagonista no pertenece a la realidad en la que está ahora mismo. Y entre tanto que caminaba hacia el punto señalado, pudo observar la densidad del frondoso y oscuro bosque al que habían llegado: por el haz de Luna que se acercaba hacia ella, pudo entrever las ramas de los cipreses que se enredaban unas con otras como el hielo es tallado en un iceberg; con un color verde oscuro helado, mezclado con el purpúreo cielo, resultado del coito entre la negra noche y el plateado espectro de luz lunar. Oía el crujir de las hojas del suelo bajo sus pies y, cuando la distancia entre ella y el espectro al que ya no temía era imperceptible, se hizo la fusión, o quizá debería decir, la confusión de los dos cuerpos que, en aquélla realidad medieval, ambos eran espectrales. Una luz cegadora iluminó sus ojos, y la trémula imagen de la mujer desapareció en su interior, llevándosela de aquélla realidad a la oscuridad que ya conocía.
     Mientras tanto, allí, a lo lejos, no pudo más que oír con claridad un nombre gritar:
¡Zoraida!


     Tres notas. Tres malditas notas que sin duda aborreceré cada mañana al despertar. Tres malditas notas que dieron comienzo y fin al febril sueño que tuve aquella noche, insertándome sutilmente en la mente del desquiciado Sancho Saldaña, buscando en mitad de aquel oscuro bosque a la responsable de la muerte de su amada Leonor, asesinada en aquélla deshonrosa e involuntaria boda por la daga de la mora Zoraida.
   
     Sin duda, Alonso Quijano no fue el único en volverse loco (según qué realidad se tome) tras leer novelas de caballería; que el arte está para deleitar y es sin duda el medio de evasión más sano y orgásmico.


http://sp2.fotolog.com/photo/18/30/108/analexis/1246848752945_f.jpg
La Pluma de Al-Yussana

miércoles, 19 de diciembre de 2012

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Devanación en exceso

Creo que necesito una de esas milagrosas cremas anticelulíticas para mis neuronas, ya que se niegan a dejarme dar luz a las nebulosas ideas que taladrean remordimientos dentro de mi cabeza...

Las mirillas del deseo se cierran...

y se abren las del olvido.


Como si observase a través de una mirilla,
veo tus pisadas,
alejándose de mi.

Vigilo ansiosa,
escuchando la música
que dejas atrás, al caminar.

Soy mortal.

Tú,
tú me descubres
lo que no sé
lo que no pensé jamás
lo que creía inmutable;
lo que creía eterno;
inmortal.

De niños jugábamos ingenuos
y mirábamos a través de las mirillas
de los viejos del  vecindario.

Ahora, desde el otro lado, y
de puerta en puerta,
culpable,
mortal,
sola,
te observo marchar....
La Pluma de Al-Yussana


 

sábado, 8 de diciembre de 2012

Microrrelato

A la Soledad                               

          La conocí con apenas tres años. Mi madre soltó mi diminuta mano, aquella tarde, en aquel parque; y, sin darme cuenta, sin tenderla a nadie, Ella la agarró bien fuerte, violentamente; impulso inolvidable.
          Era blanca como la nieve: sus ojos estaban sumergidos en la profundidad de sus precipitadas cuencas, vestidas por una carne de sombríos dominios, donde yo no me atrevía a descansar los míos grises. Verdes eran, como el mar profundo. En ellos navegaba el olvido. Había tal profundidad en aquellas formas circulares que parecías perder la memoria y la percepción del tiempo cuando los mirabas. Verde viento, verde rama.
          Me entretuve largo rato en su rostro, mitad sombra, mitad luz... Tenía la frente menuda, delimitada por una negra cabellera, como la de mi madre. No pude apreciar qué longitud tenían sus hilos de seda del color de una noche sin luna, pero bajo aquella túnica aún más oscura que la misma nada, se extendía un hermoso bulto.
          Absorta, mis ojuelos subían nuevamente hasta su frente, y mis labios de caramelo, torpes y lubricados de asombro, dejaban ver una diminuta cadena de piedrecitas de nácar, interrumpida por una rosada lengua a medio sacar. Socarrona, su sonrisa me dirigió, y una corriente eléctrica recorrió la raspa de mi espalda. Entonces toqué mis cortos pero endiablados rizos de oro, denunciando la invisibilidad de sus morenas hebras. Pareció entenderme, pues in situ desnudó su espalda y mostró aquel negro prado que se extendía hasta sus rodillas, retando a la verde naturaleza que nos rodeaba. Mi boca se curvó optimista, y sus ojos parecieron reír.
          Yo buscaba en aquel rostro la región donde habitan los labios, esa que yo sentía curvar; era diferente: no se mostraba en el país de las palabras, de los susurros, de los besos, sino en aquellos trémulos ojos.
         Cuando al fin hallé aquellos carnosos y rojos labios que se hinchaban sólo para mí, éstos articularon tres palabras que nunca olvidaré: “siempre estaré contigo”. Malditas palabras que me apartaron de mi progenitora durante tres eternas horas (para ella); fugaces y exhaustas para mí, que siempre se quedarán conmigo, en las más profundas lagunas de mi conciencia.
         Ahora huyo de ella: me ha perseguido durante años. Negra, se arrastra y me busca desesperada, vociferando desaforadamente palabras que no quiero entender, con los ojos abiertos, iluminando la oscura sombra que aquel día se dibujaba alrededor de ellos. Me persigue y me perturba: busca mi ser y yo me refugio en la música y en las palabras.
         ¡Vade Retro, Soledad!, ¡Vade retro! porque en mi corazón cabe al menos un cariño; porque aquel día mi madre me halló en tu camino.
         No solo se muestra por la vista ni por el oído, sino también por el tacto: te pisotea el pecho, región más sagrada, del corazón refugio.
         Pero no te preocupes, que puedes contar conmigo, que yo te ayudaré a ahuyentarla.


La pluma de Al-Yussana

jueves, 6 de diciembre de 2012

Del origen y morfología de mi creación



Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas.






VII






Del salón en el ángulo obscuro


de su dueño tal vez olvidada,


silenciosa y cubierta de polvo


veíase el arpa.






¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas


como el pájaro duerme en las ramas,


esperando la mano de nieve


que sabe arrancarlas!






¡Ay!, pensé, ¡cuántas veces el genio


así duerme en el fondo del alma


y la voz, como Lázaro, espera


que le diga ¡Levántate y anda!